viernes, 21 de agosto de 2015

¿Alguien quiere una ración de pulpo?



Ayer se celebró el 125 aniversario del nacimiento de Howard Phillips Lovecraft...

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Ayer se celebró el 125 aniversario del nacimiento de Howard Phillips Lovecraft

Hay muchos tipos de miedo. Hay los sustos que te llevas cuando pasa algo súbito e inesperado. Hay los pequeños temores cotidianos, tan familiares que a veces ni les hacemos caso. Pero todo eso son temores tangibles. Hay, en cambio, un terror peor, el terror de lo imaginado.

Durante milenios, los seres humanos nos hemos dedicados a crear monstruos y fantasmas para espantarnos unos a otros. Seres horribles que sólo existen para provocar el máximo pavor a sus víctimas. Detrás de cada monstruo inventado se esconde algún temor básico del ser humano al que se le ha dado forma y/o substancia.

Pero esos terrores, a fuerza de repetición, ya no nos dan miedo. Aunque en nuestro subconsciente siguen provocando una cierta inquietud, nuestras vidas diarias están demasiado iluminadas por la razón como para tener miedo real a estos seres. Necesitamos hacer un esfuerzo especial, lo que se ha dado a llamar “suspensión de la incredulidad”, para dejarnos llevar por el miedo que pretenden provocar.

Y  aquí es donde entra el maestro del terror que hoy homenajeamos, porque cuantas más cosas aprendemos, más nos damos cuenta de todo lo que nos queda por descubrir y más crece la sospecha de que nunca podremos saberlo todo. Todavía hay un miedo al que no podemos derrotar: el miedo a lo desconocido.

Lovecraft vive en una época de revolución científica. En 1912, Alfred Wegener enuncia su teoría de la deriva continental. Esto, unido al descubrimiento de fósiles más antiguos de lo que se creía posible, arrojan sombras alargadas sobre la edad de la Tierra. El mundo es más antiguo de lo que se creía y además no siempre fue como es ahora. En 1905 y 1915 Einstein anuncia sus teorías de la relatividad especial y general, y junto a otros pioneros como Planck, Schrödinger, Heisenberg, Dirac, Bohr y Von Neumann abren las puertas de la física cuántica: de repente se descubre que los ladrillos que componen el universo existen en un área difusa en el que la masa es energía, las distancias son relativas, el tiempo no pasa igual para todos y es imposible saber a la vez a qué velocidad van las cosas y dónde están con total precisión.

Ante todo esto, la escritura de Lovecraft golpea con fuerza en uno de los pilares básicos en los que se aguanta el ser humano: no hay nada que no podamos comprender. Sus historias no sólo tienen horribles monstruos sedientos de sangre… son horribles monstruos sedientos de sangre incognoscibles, cuyos propósitos están tan alejados de nuestra comprensión que solamente llegar a atisbarlos conduce a la locura. Sus criaturas van más allá de meros monstruos: son dioses para los que los seres humanos somos menos que una pulga.

El más conocido de todos ellos, aunque no el más poderoso, es Cthulhu, un ser marino gigante con la cara llena de tentáculos como los de un pulpo, que duerme en la ciudad submarina de Rlyeh, esperando a que las estrellas se alineen para despertar y devorar todo a su paso. Mientras tanto, sueña y sus sueños provocan pesadillas en las mentes de los hombres.

Cthulhu ha dado nombre a los “Mitos de Cthulhu”, el universo donde suceden no sólo la mayoría de historias de Lovecraft, sino las de todos aquellos escritores que se sintieron atraídos por la mitología creada por el escritor de Nueva Inglaterra, especialmente las de August Derleth, un fan de Lovecraft y el más prolífico de los escritores que lo siguieron y que, según a quién preguntes, destiló la esencia de los Mitos o los estropeó para siempre.

Así que, la próxima vez que abras una lata de pulpo, ves con cuidado. Puede ser que en verdad estés antes el fragmento de un dios primigenio dispuesto a llevarte hacia la locura.

Y para terminar, unos minutos musicales:

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