Vaya dos semanas más aciagas hemos tenido, camaradas...
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Vaya
dos semanas más aciagas hemos tenido, camaradas. Primero, Leonard Nimoy se va más allá de las
estrellas. Y ayer
supimos que nos dejaba Terry
Pratchett, uno de los escritores de novela fantástica más importantes e
influyentes.
Pero
Sir Pratchett no era un escritor como los demás del género. Su especialidad era
la parodia, afectuosa pero no menos mordaz, de un género que tiende a tomarse a
sí mismo demasiado en serio (quizás por el gran peso del legado de Tolkien).
Fiel seguidor de la Teoría de la Causalidad Narrativa, es decir, que las cosas pasan
porque el argumento dice que deben pasar, sus historias y personajes estaban
llenos de historias mil veces explicadas y personajes mil veces encontrados a
los que les daba un giro inesperado al considerar con lógica extrema las
consecuencias de lo que se narra en los cuentos y los libros de género
fantástico. Además, aderezaba sus historias con referencias cruzadas a otras
grandes obras de la literatura, el cine, la música o la cultura popular lo que
las hacía aún más próximas a sus lectores.
Su
creación más conocida es, sin duda alguna, el Mundodisco, un extraño planeta plano y
circular que descansa a lomos de cuatro elefantes que reposan sobre el
caparazón de la gigantesca tortuga Gran A´Tuin, que viaja por el universo de
camino a un destino desconocido (cómo podéis ver en la camiseta que ilustra
este artículo). Allí ambientó 40 libros y varias historias cortas, además de
algún videojuego y la adaptación en serie de animación o imagen real de alguna
de las novelas.
Pero
si he de elegir alguna de sus obras (y dejadme decir que considero Mundodisco
como el trabajo de un genio), personalmente tengo una querencia particular por
“Buenos presagios”, la novela que escribió al alimón
con Neil Gaiman (uno de los grandes nombres de la
fantasía urbana moderna) en la que un ángel y un demonio intentan detener el
Apocalipsis sin saber que el Anticristo fue cambiado al nacer por accidente y
se encuentra viviendo una infancia tranquila e idílica en un pueblo de la
campiña inglesa.
Terry
Pratchett fue un hombre de convicciones firmes y seguro de sus ideas. Cuando le
nombraron caballero (el “sir” no es de decoración), se forjó su propia espada con mineral de hierro que él mismo
recogió y fundió porque “todo caballero debe tener una espada”. Cuando le
diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer en 2007 prometió que no se rendiría
sin luchar y dijo que sería él quien se llevaría la enfermedad por delante.
Desde entonces estuvo haciendo campaña incansablemente para que se permitiese
la muerte asistida de enfermos terminales. En medio de todo esto, siguió
escribiendo libros. Cuando la enfermedad había avanzado tanto que no podía
escribir por sí mismo, se los dictaba a un colaborador (muchas veces su hija Rhianna Pratchett) de manera que en sus últimos años
aún conseguía publicar 1 o 2 libros al año. Finalmente, la Muerte, a la que
describía en sus libros como una buena persona (DISCULPE CABALLERO, PERO PREFIERO SER DESCRITA COMO “REPRESENTACIÓN ANTROPOMÓRFICA”, GRACIAS)
con el peor trabajo del universo, se lo llevó el 12 de marzo de 2015.
Terry
Pratchett nos deja un legado impresionante de historias y de personajes y
quizás también la lección de que no debemos tomarnos a nosotros mismos demasiado
en serio. Trajo alegría al mundo a través de sus obras y creo que al final esa
es una de las mejores cosas que se pueden decir de alguien cuando se va.
P.D.:
El título de este artículo es uno de los tres últimos tweets de su cuenta
oficial. Juntos forman el siguiente micro-relato:
The End.
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